jueves, 27 de febrero de 2014

Wadjda y su bicicleta verde

Una de las maravillas de ver y apreciar películas extranjeras, es que nos permiten conocer  las costumbres, forma de vida e ideología del país de origen de quienes las dirigen.

Como sucede con el largometraje saudita  “Wadjda”, conocida en occidente como “La bicicleta verde”. El ser filmada en Arabia Saudita ya tiene un merito, pero éste es mayor cuando nos damos cuenta de que su directora es una mujer: Haifaa Al Mansour. Este simple hecho la hace importante,  al grado de que pasará la historia del cine internacional.

“Wadjda” es una ventana al mundo islámico desde la perspectiva femenina, que si bien no es una historia innovadora,  sí es una cinta valiente en la que Al Mansour nos cuenta, a través de la visión de de una niña de 10 años, como se vive en una sociedad conservadora, en la que no se ajusta y contrario a la mayoría de sus compañeras de clase e incluso maestras y familia, rompe con muchas de las limitantes impuestas por el simple hecho de ser mujer, como el deseo de tener y montar una bicicleta verde, de la cual se enamoro en el preciso instante que la vio.


La trama es sencilla: Wadjda es una niña de clase social media-alta, hija única, a la que poco le importa cubrirse el rostro  y convive con su vecino de la misma edad , quien tiene una bicicleta. Al jugar con él y perder siempre en las carreras, Wadjda se propone obtener una bicicleta verde que vio un día camino a casa y así retarlo a una carrera. Su deseo es mal visto tanto por su madre como por sus profesoras, quienes le dicen que una niña debe cuidar su dignidad y honor y es por ello que las mujeres tienen prohibido montar bicicleta, ya que “no son un juguete para niñas” porque pueden perder su virginidad. Pero la protagonista , como bien dice su madre en una escena: “cuando te propones algo, lo logras”,  no se detiene ante las limitantes y se vale de un concurso de recital del Corán que organiza su colegio para obtener el dinero necesario y así comprar su bicicleta verde.

A lo largo de la cinta, su directora denuncia de una forma sutil los prácticamente nulos derechos de la mujer en sociedades islámicas,  en las que a pesar de estar cubiertas de pies a cabeza son objeto de insinuaciones vulgares por parte de los hombres, en donde una niña de 10 u 11 años no puede hacer amistad con un niño de su edad pero está bien visto casarse con alguien que le dobla la edad. O peor aún, es válido casarse con otra mujer por el simple hecho de que la primera “no puede darle un hijo varón”.

Visualmente, la cinta tiene una fotografía sencilla pero muy prolija, basada principalmente el tonos cálidos que contrastan enormemente  con la frialdad de varios momentos claves de la historia equilibrándola con tonalidades verdes. La secuencia se mantiene; no hay escenas fuera de lugar. Aunque por momentos el ritmo de la película es lento,  es el contexto lo que nos hace trasladarnos hasta aquellas tierras y sentir empatía por  Wadjda y su madre. Entonces  caemos en cuenta de que nuestra realidad es muy distinta a la realidad de las mujeres del islam.

Cuando la película termina, saltan entonces las dudas ¿por qué? ¿Cuándo cambiara esto?  ¿A pesar de ser occidente, no estamos viviendo algo similar pero en otro contexto y no nos hemos dado cuenta?  Aunque también  deja una lección importante: Wadjda todo el tiempo declaraba que esa bicicleta era de ella, lo creía y usó lo que la frenaba  a favor de lo que quería lograr y así iniciar un gran cambio en su entorno. También puede inspirarnos a nosotros, sobre todo cuando nos enteramos de que la historia está basada en un hecho real.

Ruth Villela
Twitter: @Selhaah

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