sábado, 17 de enero de 2015

¿Es mucho pedir?

No sé usted, pero las campañas aún no empiezan y yo ya estoy cansado de ellas.

Debo comenzar admitiendo que una de mis grandes pasiones es hablar de política y medios de comunicación, no lo podría negar ni en un millón de años.

Sin embargo, cuando estos elementos se conjugan en tiempos de campaña electoral, tampoco puedo negar que me resultan tan poco útiles, como caros e indeseables.

La ciudad de un día a otro se tapiza de nombres y rostros que sólo aparecerán para solicitar el sufragio de cada ciudadano, los veremos en televisión y los escucharemos en la radio en el mejor de los casos con nuevas reflexiones positivas, con promesas alentadoras y en los peores, que lamentablemente son los más, con fútiles comparaciones acerca de porqué el rival es peor que el autor de la propaganda.

Y si usted creyó que esto no podía empeorar, le tengo malas noticias; lo hará.

La realidad es que apenas nos encontramos en precampaña. 

¿Qué quiere decir esto?

Que todo lo que en este momento se encuentra pegado en carteles, llenando los espacios comerciales televisivos y sonando en la radio, es propaganda "dirigida a militantes y simpatizantes" de cada uno de los partidos políticos. Es decir, en un recurso más de los partidos para burlar una estéril ley electoral que sólo complicó las reglas del juego para medios de comunicación, pero no para los actores electorales. Esta invasión de los espacios publicitarios, electrónicos y hasta de los cruceros con semáforo, es apenas un asomo de lo que será la verdadera campaña, donde no sólo tendremos retratos y nombres de aspirantes hasta en la sopa, sino en el pan, en el agua y hasta en el huevo de la mañana.

Molesta, sí, porque queda la evidencia histórica que la gran mayoría de ellos sólo aparece para pedir el voto, pero no representan a nadie más que a su partido cuando llegan al cargo público. 

Molesta también porque ante la difícil situación económica que pasa el país como fruto de la "nueva guerra fría" que se vive en el mapa geopolítico internacional y que nos pone en el ojo del huracán, se prefirió recortar los programas sociales que el gasto de los partidos, claro, porque la cuña sólo aprieta cuando es del mismo palo.

Molesta porque es invasivo y hasta insultante ver tanto rostro sonriente, cuando esos mismos partidos y gran parte de sus candidatos han sido incapaces de aportar a la actual estructura gubernamental, legislativa, de servicio público y de procuración de justicia los elementos que por fin le den a los mexicanos un país desarrollado, potente, honesto, transparente y justo, cumpliendo ciclos generacionales sin recibir la promesa del que llega al poder; por el contrario, cada vez es más frecuente saber de desfalcos, fraudes y deshonestidades a todo nivel del servicio público, porque no hay vergüenza entre los aspirantes de por lo menos una vez cumplir la palabra.

Por eso es que me encanta hablar de política, pero me enferman las campañas, porque me siento abofeteado y burlado.

Una verdadera campaña tiene menos carteles en la calle, menos spots en el radio y menos espacios en TV; una verdadera campaña trae verdadero desarrollo a la comunidad, procura al pueblo, a la estabilidad y al Estado de Derecho, no hay mejor vía para elegir a un candidato para cuando se postule a un puesto más alto.

Los ciudadanos -los de a pie, no los que militan en un partido que se dice ciudadano- pedimos a los aspirantes, que esta vez su rostro no desaparezca después de la campaña, que su voz se siga oyendo, pero haciendo eco a las voluntades y peticiones de sus representados; que su oficina sea la calle y que si los vamos a ver diario, sea para trabajar juntos en la reconstrucción de un país que hace tiempo que lo necesita y que ya no puede tolerar más períodos de saqueo en despoblado, de promesas vacías y de palabras llevadas por el viento.

¿Acaso es mucho pedir?

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